Detrás de los
mangles y las palmeras de açai, el sol comienza a jugar a las escondidas con
sus rayos que bailan sobre esta tarima 'oceánica' –la Amazonía. Un chiquillo,
de unos 6 años, salió de la única casa en la isla de Acará y subió a una canoíta.
Empujando primero contra la lancha nuestra y después contra las ramas de
mangle, él maniobró hábilmente su canoa hacia la boca de la pequeña bahía que protege
el muelle de la correntada del río. Estaba yo cautivado por este escenario
foto-perfecto, pero de repente vi que su canoa estaba vacía, ¡no había allí ni
un remo, peor una palanca! Un miedo me
apoderó, ¿cómo podría él volver? Allá
fuera de la bahía, ¡la corriente lo va a arrastrar hacia las aguas abiertas! Justo antes de que mi garganta suelte el
grito de ayuda, el chico caminó a un extremo de la canoa y se sentó en su filo
con sus pies en el agua. Con toda la tranquilidad del mundo, mirando atrás
sobre sus hombros, el muchachito pedaleó su canoa hasta el otro rincón de la
bahía.
Entendí que estoy en
otro mundo, donde se invierten los roles de la tierra y del agua. La tierra es un estorbo en la Amazonía:
invoca el miedo por las serpientes; causa molestias por los mosquitos; y
dificulta caminar por el lodo. En
cambio, el agua, provee a la gente gran parte de su dieta, un medio confiable
de transporte, y una frescura lujosa en medio de calores sofocantes. Para los niños,
el río es su campo de juego..., nooo, su piscina de juego. Aún los mayores,
hasta en sus sueños, prefieren la sensación flotante de una hamaca que una cama
en tierra firme.
Soñaba siempre yo pasear
por la Amazonía. Y, conocerla tan íntimamente, parece ¡un viaje directo al
cielo!
Habiendo llegado a
Belem sin ningún contacto previo, me sentí muy afortunado por lograr un trabajo
como voluntario en el municipio de Oeiras do Para. Porque en las elecciones de
1994, este municipio pasó a manos del Partido de Trabajadores (PT), liderado
por Lula. Trabajando como un ingeniero municipal, yo podía conocer a fondo esta
organización política, joven pero popular y poderosa, que ya había captado la
atención de los izquierdistas del mundo. Imagínese mi alegría al saber que la
ciudad queda a 12 horas subiendo por el río.
El barco viaja en
la noche. Así, compré una hamaca y dormí poco la noche anterior. Necesito una
sobredosis de sueño para dormir en una hamaca, porque su arrullo trae a mi
mente los temidos temblores de San Francisco, California. El barco estaba
lleno, porque los viajes a Oeiras se hacen solamente una vez a la semana.
Amarré mi hamaca en
el único lugar que me parecía vacío, pidiendo disculpas a mis vecinos, porque
tampoco había mucho espacio entre ellos. ¡Qué ignorante era yo de estos viajes
amazónicos! Cuando fui a acostarme un par de horas después, me parecía que
estaba perdido en un bosque húmedo tropical; había hamacas, de todos los
colores, por todos lados. En un metro a lo largo del barco, estaban colgadas
por lo menos unas diez hamacas, cubriendo el ancho de los cinco metros. No he conocido
ninguna otra forma que pueda acomodar tan densamente los pasajeros. No hay
problemas de seguridad –uno se mete adentro, se tapa por ambos bordes de la
hamaca, y no importa quien duerme al lado suyo. Tampoco hay problemas de incomodidad.
La gente amarra las hamacas en forma de que uno siempre está un poco arriba o
un poco debajo de su vecino, y sus curvas corporales empacan todos a que
arrullen apiñados, al ritmo del movimiento del barco. ¿Por qué no copian este
esquema los aviones de vuelos largos?
Despertándome temprano, alcé la cabeza entre el enredo de las sogas. Pensé que “¡estamos en el mar!”, porque por cualquier lado que uno mira, se ve solamente el agua. Una línea verde oscura apareció en el horizonte lejano, pero tampoco es la orilla del río, me dijeron, solamente de una isla, una de miles que ha dado luz este río-mar. Toda la noche hemos navegado por un ramal del río que circunvala la isla Marajó, casi igual en superficie a ¡Sri Lanka! Ahora, parece que nuestro camino más adelante esta bloqueado por unas islas raras.
Otro error, el agua
distorsiona la vista. Una canoa aparece tan ancha como un barco de guerra, y
una gabarra ¡como una isla! Estamos en
una autopista, congestionada por canoas al remo, lanchas pesqueras, barcos de pasajeros
de pisos múltiples y gabarras enormes, repletas de contenedores.
La orilla del río parece esta
cercada por unas agujas –las matas que crecen delgadas y altas, porque se necesita
alzar rápidamente para sobrevivir las inundaciones anuales. Detrás se erigen palmeras diversas, haciendo
guardia al famoso bosque amazónico adentro.
Estamos acercándonos
a una ciudad de Marajó. Pequeñas casas
de madera y zinc, levantadas sobre troncos, delinean la pasarela que sigue la
orilla del río. Cientos de canoas están amaradas a sus postes. Los techos de una
iglesia y de edificios de cemento aparecen detrás. El muelle destartalado se
estira adelante, como la mano extendida de un viejito que se alegra recibiendo las
visitas. Los guardianes de la vida urbana –los depósitos de víveres, delimitan el
angosto pasadizo del muelle.
En la Amazonía, las
ciudades todavía se ubican frente al río. En muchos otros ríos, la gente ya les
da la espalda, para frentear la carretera. Pero aquí, el río es su chacra, su
plaza, su carretera, o mejor dicho, su cordón umbilical. Dije que soñaba en
conocer la Amazonía, pero ni en mis delirios he imaginado tanta dominación de
la vida por el río.
Nuestro barco ahora
cruza a la otra orilla del río y continua su camino hacía Oeiras por un rio pequeño
(de lejos, mayor que el más grande del Sri Lanka). Aquí, puedo conocer la vida
ribereña en mayor detalle. Una igarape
(estero) angosta rompe abruptamente la vegetación de la orilla. Un viejito, remando su canoa, emerge debajo del
mangle que sombrea el estero. Una casa humilde
ocupa la ubicación ideal, ‘la esquina’, bajo el cuidado de un bosquecito de
açai. Un par de niños en su puerta nos
saludan, saltando y gritando, antes de cabecear en el agua. El mayorcito, ahora entrando al río, endereza
su canoa para dejar pasar la estela del barco, mientras contesta los saludos de
un pariente que vuelve de la ciudad.
En Oeiras, la llegada del
barco es el evento de la semana. Cientos
se aglomeran detrás de las puertas custodiadas por la policía. Los cuerpos
desnudos de los chicos están estampados por la malla de separación. Los adultos
en punta-pie se alzan como garzas, curioseando las novedades que trae el
barco. Unos pocos privilegiados, que
lograron entrar al muelle, aprietan las manos de parientes y amistades, aún
antes de que se asegure el barco.
El municipio está
cerca, solo cruzando la calle del muelle, y un funcionario municipal que conocí
en el barco me llevó allá directamente. Yo estaba sin afeitar, soñoliento y,...
¡en chanclas! El alcalde estaba sentado detrás de un escritorio grande, rodeado
por las banderas local, provincial y estatal.
Levantó su mirada de lo que escribía, y "¿un gitano para ingeniero
municipal?" tal vez cruzaba su mente. Sin embargo, esa cara joven y mirada
inocente me tranquilizó inmediatamente. Era un saludo informal, cordial y con
los pies en la tierra. Me ofreció hospedaje y alimentación por la cuenta
municipal, hasta cuando quisiera quedar yo. Era un negocio redondo, porque él estaba
frustrado por los fallidos intentos en conseguir un médico para la ciudad, aún
ofreciendo hasta cinco veces su propio sueldo. Y aquí está uno para curar todos
los males de la infraestructura local ¡gratis!
Después, me presentó a un pelotón de funcionarios municipales, casi
todos más joven que yo, y todos con nombres similares, pronunciados en un
tirón. Al fin, me llevaron a un hostal,
para que recupere mi sueño.
El departamento de
Obras Públicas disponía de un maestro carpintero, un maestro albañil a tiempo
parcial, y ¡pare de contar! Un empresario convertido en jefe departamental, por
su crédito, había dirigido la construcción de algunos edificios anteriormente.
No hubo ni un dibujante para producir o leer un plano. Parecía que aquí por
décadas no hubo ningún trabajo planificado. De su infraestructura urbana, ni de
hablar.
La ciudad de Oeiras
ha nacido en una península ribereña, que alza un poco sobre la marea alta. Algunas
pequeñas igarapés que se juntan allá, tal vez facilitaban ingresar a tierra
firme a cazar y ubicar las casas del pueblo Araticú, quienes ocuparon esta zona
antes de los europeos. Los jesuitas los 'civilizaron' e instalaron una villa oficial
allí en 1653. Esa no duró mucho porque los indígenas se escaparon al monte en
la primera provocación de los blancos. Sin embargo, en 1758, algunos blancos y
caboclos (mestizos) lograron el estatus municipal para su pueblo. Hasta finales
de años 1950, su población no superó de 40 casas, tendidas a lo largo de la
orilla. La llegada de un sacerdote en 1955 y la instalación del colegio de
Hermanas de Caridad en 1961 convirtieron a Oeiras en un polo de atracción,
aumentando rápidamente su población urbana.
Los nativos que repoblaron
la ciudad no se integraban a la estructura urbana de tierra firme, sino
ubicaron sus casas en las baixadas (los pantanos que se inundan regularmente)
al lado de las igarapés. Allí repetían su experiencia en la zona rural:
ubicaban el lavabo detrás de la casa, usaban el pantano como una letrina al
aire libre y recogían el agua del igarapé para tomar. No les importaba que
todas las casas a lo largo del igarapé botaban todo tipo de basura en su
drenaje, pero confiaban en ese líquido café obscuro que servía a las generaciones
de antes. Enfermedades intestinales eran abundantes, especialmente en la época
seca. Pero, nadie lograba dar alternativas a esta amenaza a la salud pública.
Ahora hay un sistema de agua potable en la ciudad, pero sus tuberías, llenas de
goteras más que el agua, apenas llegaban a la orilla de los pantanos.
La cercanía a la
ciudad cambió drásticamente por lo menos un aspecto de sus vidas. Llegaron a
depender de las tiendas del pueblo, cada vez más, especialmente para la comida.
La canoa no era conveniente para estas corridas rápidas al centro, varias veces
al día. Así evolucionó el 'ponte', un puente peatonal de madera que tiene solo
un extremo fijo, el otro sigue extendiéndose conectando cada vez más
casas-islas en la baixada. Estos 'pontes' muy precarios, montados sobre pilotes
que simplemente se asientan sobre el pantano lodoso gracias a sus zapatas
anchas, valen solamente para peatones y solamente por un año. La inundación
anual del río los lleva o hace virar sus pilotes.
Sin embargo, estos
puentes peatonales cambiaron radicalmente el padrón de asentamiento de la
ciudad. Poco a poco, las casas en las baixadas se ubicaron en líneas, frente a
frente a cada lado del puente, ignorando completamente la igarapé. Así, la
baixada se transformó en cuadras urbanas. Pronto llegó la siguiente etapa del
´progreso': los puentes están siendo re-emplazadao por 'calles'. Estos
terraplenes, formados por tierra botada sobre lodo profundo, bloquearon el
drenaje natural en los pantanos, creando canchas ideales para el 'lodo-fútbol'
de los muchachos en tiempos de lluvia. Ahora, hay una poza pestilente detrás de
cada casa, de donde brotan todo tipo de plagas.
A pesar de estas
condiciones sanitarias muy graves, las prioridades de la población urbana son:
la pavimentación de las calles (solamente 2 calles de las 30 o más cuadras
urbanas están pavimentadas) y el mejoramiento de los 'pontes' inestables. Las
calles en la tierra firme y en las baixadas tienen 10 a 15m de ancho, pero los
charcos de lodo y el monte no dejan ni un metro de ancho para caminar. Estas
calles de 'aterrizaje' reflejan típicos planes regionales de desarrollo: les
encantan hacer todo grandioso, pero a la hora de ejecución, los recursos se
secan y el avance es minúsculo.
Mi insistencia para proveer un buen drenaje en las calles logró penetrar los oídos de las autoridades. Pero, no así mi propuesta de pavimentar las calles con ladrillos y arena -los únicos materiales de construcción que hay localmente. Es que aquí todo mundo está preparando para ver sus calles congestionadas con el tráfico pesado, atraído por la carretera desde Tucurui (ahora el parque automotor de la ciudad contiene dos camiones destartalados, nada más). ¿Calles pavimentadas de ladrillos? ¡Qué perversidad! Yo estaba siendo pragmático: cuándo terminen de construir los 5 puentes (ni uno tiene planes siquiera) que necesitan para traer ese tráfico, los ladrillos estarán hundidos en el lodo, formando una base ideal para un pavimento de hormigón.
Hacer más duraderos
los puentes peatonales, de kilómetros de longitud, colocados sobre el lodo
suave, necesita mucho dinero. Además, estaríamos nadando contra corriente, mañana
la gente pedirán otra cosa. Porque todos quieren llevar su ciudad por el mismo
camino del alcalde Paulo Maluf de Sao Paulo: miseria tapada por el pavimento.
El edificio
municipal, construido hace 15 años, en la era de alcaldes 'todo poderosos',
necesitaba remodelación para acomodar la actual administración que trabaja en
equipo. Un plano, preparado gratis por un arquitecto simpatizante del PT, requería
recursos inalcanzables para el municipio. Pero, yo tenía recelo en meterme en
este negocio de construcciones de edificios, porque mi último trabajo en
estructuras era hace más de una década. Pero era inútil decirles que ingeniería
estructural no es mi especialización. Si no eres un ingeniero que trabaja con
plantas y animales (un agrónomo, el 'ingeniero' más común en zonas rurales)
debes trabajar con edificios, carreteras y todo lo demás.
Ya se acercaba el Festival
de Camarao, un evento principal en Oeiras, que necesitaba una tarima para el
grupo musical y el gran concurso de Miss Camarao. El sitio escogido, por ser el
lugar ideal para bailar (una calle pavimentada), no tenía visibilidad, ni
espacio suficiente para la multitud que se esperaba. Unas cuadras más allá, un
espacio grande, recuperado del río, estaba botado. El alcalde quería darle
vida, pero lamentaba la falta de recursos. "¿Por qué no vamos a montar la
tarima allí?" opiné yo, "Echemos arena en el piso, coloquemos unos
banquitos alrededor, y ¿veamos qué dice la gente?" Ya tomada la decisión a
mudar la tarima, parece que ese espacio abierto inspiraba a todos a contribuir
con ideas novedosas. En las tres semanas que faltaban, ese pueblo se convirtió
en una colmena. Levantaron una hermosa tarima octagonal en el medio, repararon
la barrera de palos que frenaba la marea, rellenaron las depresiones y ubicaron
banquitas todo alrededor, trabajando sin parar. Muchos vinieron a admirar el
parque rejuvenecido. En la inauguración, el alcalde me alabó por ¡'diseñar el
parque'! Entendí que tener un ingeniero importado para dirigir las obras
aumenta mucho el prestigio de la administración municipal, y no le presioné
para que corrija.
La fiesta inició en la
segunda semana de junio, cuando se alejaban las lluvias. Estaba ansioso por
conocer la cultura folclórica Amazónica. Nones, no tienen tiempo para esas
tonterías, ¡ponga la música pop para la samba! La quadrilha, de un grupo de baile
colegial era la más cercana.
Lo más popular de toda la
fiesta era..., sí, la cerveza, y cajas y cajas de la misma, vendida
exclusivamente por la municipalidad. (Olvide lo que dice el ministerio de
salud. Es la única forma de recuperar un poco de los gastos.) Un muchacho
joven, adinerado, decidió celebrar aparte y se sentó en el hostal a las 7am
para tomar. Doce horas después, cuando partió a la casa, caminando recto, ya
había acabado 50 latas solito. Los seguidores del PT y admiradores del parque
se quedaron muy decepcionados, por no poder celebrar conmigo, "este no
toma".
Llegaron miles a la
fiesta, de las comunidades interiores y de las ciudades vecinas. Los jóvenes y
los mayores, los pobres y los ricos, los peones y los hacendados, los descalzos
y los bien forrados, todos contorsionando y pirueteando al ritmo de la banda,
equilibrando la cerveza en la mano. Así siguieron tres días y noches y el
cuarto día, un lunes, fue declarado feriado porque la gala de clausura no se
terminó hasta la madrugada.
Viendo cómo la gente gastó
sus recursos, físicos y monetarios, en este evento, pensaba que el pueblo va a
volver a su rutina tranquila por un tiempo largo. ¡Otro error! Un bombazo
musical me sacudió de la cama en el fin de semana siguiente. Se trataba de otra
fiesta, de una escuela primaria local, para recaudar fondos. Prepárese para por
lo menos una fiesta cada semana, me dijeron. Es la misma receta: la misma
música, esta vez de disco; un concurso de belleza, ahora con las niñas,
pintadas y embanderadas de Miss Caipira (bella rural), Miss Boneca (muñeca) y
Miss Mulata; y por cierto, la cerveza. "Para tantas fiestas, ¿de dónde
consiguen tanta fuerza y plata?" "Entonces, no has de aguantar la
Fiesta del Santo, en agosto, ¡que dura 10 días!"
Es realmente un
misterio cómo la gente consigue dinero para tantos galones de cerveza que se
agregan al río durante las fiestas. Desde su fundación, Oeiras nunca ha tenido
un producto comercial estable. Al inicio, la gente apenas lograba subsistir,
con pesca, caza, madera y pequeños cultivos. Después, cuando sus necesidades se
incrementaron, vendían camarón o madera, pero a precios muy bajos. La
recolección de seringa (caucho) si traía buen dinero, pero era escaso en esta
zona. En los años 1970s llegó una fábrica de palmita (enlataba el corazón de
açai) atraída por la mano de obra barata. Era el único periodo de auge
económico de que se pueda hablar en Oeiras. Sin embargo, como nadie se
preocupaba a sembrar la palma, esa burbuja se pinchó, en menos de una década.
La gente padecía de hambre, por haber vendido su última palma, cuya fruta provee
una bebida muy nutritiva, para complementar la fariña (de yuca) y el camarón.
El dinero fácil de palmita les había esclavizado a la comida urbana.
Entonces, hubo un
tiempo de venta de madera, del monte que talaban para la carretera desde
Tucurui. Pero tampoco duro mucho tiempo, porque no había muchos árboles
accesibles desde la vía. En los primeros años de 1980, las aserradoras se
fueron río arriba, la fábrica de palmita cerró sus puertas, y la municipalidad
se convirtió en el único empleador de la ciudad.
Los platos tradicionales de
Oeiras tienen un sabor diferente a los de las ciudades, porque usan numerosas
hojas como especies. El plato de hojas de yuca, que se come en Sri Lanka en
tiempos de escasez, es una delicia aquí. El camarón del río se preparan en
miles de formas: salado, cocinado, tostado, frito, horneado..., o quemado, como
lo hicieron en la isla de Acará. Tienden los camarones en el piso, sobre una
hoja seca de coco, lo cubre con otra hoja y ¡prende el fuego! Peces grandes
reciben un tratamiento especial y eso me quitó el prejuicio que tenía contra el
pescado del río. Para festejar con una tortuga gigante (45 kilos) se
necesitaban a varias cocineras expertas.
Ahora, esta vida de
subsistencia del caboclo está en peligro por el extractivismo codicioso,
practicado en escala Amazónico. En 1986, un candidato para gobernador en el Estado vecino de Amazonas ofreció una motosierra
a cualquier caboclo, y ¡lo ganó! Esa actitud diezmó el bosque impenetrable que
no permitió la apertura de la carretera Brasilia-Belem hasta casi finales de
años 1970s, y ahora no contiene nada más que uno o dos árboles de castaño, por
decenas de kilómetros adentro en cada lado de esa carretera.
Durante mi navegación de 7
días desde Manaos a Leticia, me sorprendió la presencia casi nula de aserraderos
en el trayecto, comparado con los ríos Oeirenses donde ellas superan con creces
el número de comunidades, y me dijeron es porque ya no hay nada que vale cortar
a lo largo del río grande.
Por el otro lado, las hidroeléctricas y la minería están estrangulando la rica vida acuática Amazónica. Balbina, la primera hidroeléctrica Amazónica, construida en 1989 cerca de Manaos, causó enormes daños socio-ambientales y demostró los desastrosos que son los embalses tropicales, pero parece que nadie ha aprendido nada.
Los garimpeiros, con
enormes bombas montadas en gabarras, extraen pepitas de oro, succionando y
cerniendo con mercurio la grava del fondo del río, y así aniquilaron la pesca
en el río Madeira, aguas arriba de Oeiras. Mi barco a Leticia nos brindó pollo
toda la semana de viaje, porque decía que ¡era más barato que comprar pescado,
en el río! El equipo de PT en Oeiras está consciente de esta grave realidad e
intenta desviar, aunque sea a unos pocos de su población, del extractivismo a
la agricultura.
Ahora, la mayor
parte de la fariña que consume Oeiras viene de Belem. También consumen
cantidades de pan y arroz, todo importado. No hay mucha ganadería en la zona. La
leche es escasa y carne, muy cara. (Yo les bromeó que la vaca es sagrada
también en Oeiras, ¡porque es la comida del dios-Real!) Los peces pequeños y la
tortuga son baratos y compensan por la deficiencia de proteína cuando no hay
camarón. El pescado grande es igual como carne en su precio, y el pirarucú, el
primo de agua dulce de la ballena, es importado salado. La caza todavía se
practica en la zona, pero animales grandes son escasos. Viendo un día tres
hombres corriendo atrás de un venado herido, me quedé pensando en el beneficio
neto de su ejercicio.
A finales de los años
1970s, la carretera Tucuruí-Cameta cruzó la mitad sur de la municipalidad. Los
caboclos con pedacitos de tierra en esa zona, quienes sobrevivían con
agricultura, se organizaron para defenderse de los fazendeiros (terratenientes
poderosos) paracaidistas. Necesitaban una voz en la capital municipal para que
apoye su lucha para la titularización de sus tierras. El Sindicato de
Trabajadores Rurales, que existía en el pueblo, apenas sirvió para armar
fiestas de su población extractivista, pero en 1978, los agricultores del sur
(extremistas, según el párroco quien fundó el sindicato) lograron controlarlo.
Allí arrancaron las
luchas políticas en el pueblo. Con el nacimiento del PT en 1982, el sindicado y
el club de damas le unieron y han enfrentado juntos a las familias poderosas del
pueblo en todas las elecciones locales. Aunque son luchadores experimentados, por
su falta de educación y dinero, no podían competir de iguales contra quienes
compraban los votos. Sin embargo, en 1992, los ricos estaban divididos y el PT
tenía una cara nueva: un agrónomo, hijo nativo, para la alcaldía. Con una
margen finísima ¡ganó la PT!
El vice alcalde,
ex-presidente del sindicato, me confesó de su primer día de trabajo. El alcalde
nuevo todavía estaba en Belem, con tres semanas de clases a terminar su carrera
universitaria. El vice alcalde anterior había huido con dos meses de sueldos
impagos. Un montón de gente, en la puerta del municipio, clamaba ser
trabajadores, pero no estaban seguros de ¡qué trabajo hacían! "Yo sé a
cultivar y a manifestar en la calle", decía el vice, "pero,
¿administrar esa locura?"
A pesar de la crisis
financiera, esta administración ha logrado triplicar la población estudiantil,
especialmente en la zona rural. Los pobladores de la isla Acará, durante
nuestra visita, acordaron a apoyar una escuela allí, pero ningún profesor de la
ciudad aguantará el viaje allá, ¡de un día entero! El muchacho mejor educado de
la isla apenas ha pasado 7mo grado. Esta realidad prevalece en muchas escuelas
rurales en los 3000+ km2 del territorio municipal con poca accesibilidad.
Entonces, no les toca más remedio que educar a los mismos educadores durante
fines de semana o en vacaciones.
Convencidos finalmente del
enorme gasto que se necesita para mejorar la infraestructura en las baixadas,
el municipio ofreció tierras firmes para reubicar su población, pero son pocos los
que desean mudarse. La población urbana, acostumbrada a las viejas prácticas
paternalistas, no mueve un dedo por su propia iniciativa. Los pequeños arreglos
que hicimos al parque para el Festival de Camarón secó el presupuesto municipal
a tal punto que rasparon el fondo para pagar los sueldos del mes siguiente.
El joven equipo
municipal está aprendiendo de que, en este enorme paisaje amazónico, los
obstáculos que aparecen en el camino al progreso ¡también son del mismo tamaño!
Kashyapa A.S. Yapa
16 de Agosto 1995, Colombia.
kyapa@yahoo.com