VIVIR FLOTANDO: Oeiras do Pará, Brasil


Detrás de los mangles y las palmeras de açai, el sol comienza a jugar a las escondidas con sus rayos que bailan sobre esta tarima 'oceánica' –la Amazonía. Un chiquillo, de unos 6 años, salió de la única casa en la isla de Acará y subió a una canoíta. Empujando primero contra la lancha nuestra y después contra las ramas de mangle, él maniobró hábilmente su canoa hacia la boca de la pequeña bahía que protege el muelle de la correntada del río. Estaba yo cautivado por este escenario foto-perfecto, pero de repente vi que su canoa estaba vacía, ¡no había allí ni un remo, peor una palanca!  Un miedo me apoderó, ¿cómo podría él volver?  Allá fuera de la bahía, ¡la corriente lo va a arrastrar hacia las aguas abiertas!  Justo antes de que mi garganta suelte el grito de ayuda, el chico caminó a un extremo de la canoa y se sentó en su filo con sus pies en el agua. Con toda la tranquilidad del mundo, mirando atrás sobre sus hombros, el muchachito pedaleó su canoa hasta el otro rincón de la bahía.



Entendí que estoy en otro mundo, donde se invierten los roles de la tierra y del agua.  La tierra es un estorbo en la Amazonía: invoca el miedo por las serpientes; causa molestias por los mosquitos; y dificulta caminar por el lodo.  En cambio, el agua, provee a la gente gran parte de su dieta, un medio confiable de transporte, y una frescura lujosa en medio de calores sofocantes. Para los niños, el río es su campo de juego..., nooo, su piscina de juego. Aún los mayores, hasta en sus sueños, prefieren la sensación flotante de una hamaca que una cama en tierra firme.




Soñaba siempre yo pasear por la Amazonía. Y, conocerla tan íntimamente, parece ¡un viaje directo al cielo! 

Habiendo llegado a Belem sin ningún contacto previo, me sentí muy afortunado por lograr un trabajo como voluntario en el municipio de Oeiras do Para. Porque en las elecciones de 1994, este municipio pasó a manos del Partido de Trabajadores (PT), liderado por Lula. Trabajando como un ingeniero municipal, yo podía conocer a fondo esta organización política, joven pero popular y poderosa, que ya había captado la atención de los izquierdistas del mundo. Imagínese mi alegría al saber que la ciudad queda a 12 horas subiendo por el río.


El barco viaja en la noche. Así, compré una hamaca y dormí poco la noche anterior. Necesito una sobredosis de sueño para dormir en una hamaca, porque su arrullo trae a mi mente los temidos temblores de San Francisco, California. El barco estaba lleno, porque los viajes a Oeiras se hacen solamente una vez a la semana.


Amarré mi hamaca en el único lugar que me parecía vacío, pidiendo disculpas a mis vecinos, porque tampoco había mucho espacio entre ellos. ¡Qué ignorante era yo de estos viajes amazónicos! Cuando fui a acostarme un par de horas después, me parecía que estaba perdido en un bosque húmedo tropical; había hamacas, de todos los colores, por todos lados. En un metro a lo largo del barco, estaban colgadas por lo menos unas diez hamacas, cubriendo el ancho de los cinco metros. No he conocido ninguna otra forma que pueda acomodar tan densamente los pasajeros. No hay problemas de seguridad –uno se mete adentro, se tapa por ambos bordes de la hamaca, y no importa quien duerme al lado suyo. Tampoco hay problemas de incomodidad. La gente amarra las hamacas en forma de que uno siempre está un poco arriba o un poco debajo de su vecino, y sus curvas corporales empacan todos a que arrullen apiñados, al ritmo del movimiento del barco. ¿Por qué no copian este esquema los aviones de vuelos largos?


Despertándome temprano, alcé la cabeza entre el enredo de las sogas. Pensé que “¡estamos en el mar!”, porque por cualquier lado que uno mira, se ve solamente el agua.  Una línea verde oscura apareció en el horizonte lejano, pero tampoco es la orilla del río, me dijeron, solamente de una isla, una de miles que ha dado luz este río-mar.  Toda la noche hemos navegado por un ramal del río que circunvala la isla Marajó, casi igual en superficie a ¡Sri Lanka!  Ahora, parece que nuestro camino más adelante esta bloqueado por unas islas raras. 


Otro error, el agua distorsiona la vista. Una canoa aparece tan ancha como un barco de guerra, y una gabarra ¡como una isla!  Estamos en una autopista, congestionada por canoas al remo, lanchas pesqueras, barcos de pasajeros de pisos múltiples y gabarras enormes, repletas de contenedores. 




La orilla del río parece esta cercada por unas agujas –las matas que crecen delgadas y altas, porque se necesita alzar rápidamente para sobrevivir las inundaciones anuales.  Detrás se erigen palmeras diversas, haciendo guardia al famoso bosque amazónico adentro.


Estamos acercándonos a una ciudad de Marajó.  Pequeñas casas de madera y zinc, levantadas sobre troncos, delinean la pasarela que sigue la orilla del río. Cientos de canoas están amaradas a sus postes. Los techos de una iglesia y de edificios de cemento aparecen detrás. El muelle destartalado se estira adelante, como la mano extendida de un viejito que se alegra recibiendo las visitas. Los guardianes de la vida urbana –los depósitos de víveres, delimitan el angosto pasadizo del muelle.  



En la Amazonía, las ciudades todavía se ubican frente al río. En muchos otros ríos, la gente ya les da la espalda, para frentear la carretera. Pero aquí, el río es su chacra, su plaza, su carretera, o mejor dicho, su cordón umbilical. Dije que soñaba en conocer la Amazonía, pero ni en mis delirios he imaginado tanta dominación de la vida por el río.


Nuestro barco ahora cruza a la otra orilla del río y continua su camino hacía Oeiras por un rio pequeño (de lejos, mayor que el más grande del Sri Lanka). Aquí, puedo conocer la vida ribereña en mayor detalle.  Una igarape (estero) angosta rompe abruptamente la vegetación de la orilla.  Un viejito, remando su canoa, emerge debajo del mangle que sombrea el estero.  Una casa humilde ocupa la ubicación ideal, ‘la esquina’, bajo el cuidado de un bosquecito de açai.  Un par de niños en su puerta nos saludan, saltando y gritando, antes de cabecear en el agua.  El mayorcito, ahora entrando al río, endereza su canoa para dejar pasar la estela del barco, mientras contesta los saludos de un pariente que vuelve de la ciudad.


En Oeiras, la llegada del barco es el evento de la semana.  Cientos se aglomeran detrás de las puertas custodiadas por la policía. Los cuerpos desnudos de los chicos están estampados por la malla de separación. Los adultos en punta-pie se alzan como garzas, curioseando las novedades que trae el barco.  Unos pocos privilegiados, que lograron entrar al muelle, aprietan las manos de parientes y amistades, aún antes de que se asegure el barco.





¡Bienvenidos al Oeiras do Para! Este barco es la conexión más valiosa y confiable que tiene este pueblo a la gran ciudad de Belem.  Además de traer a sus parientes y amigos, esto trae para la población las noticias de los que viven lejos, sus correos y paquetes, las TV de último modelo, ventiladores, muebles, y también las curiosidades como la ‘gringa’ que viene a quedar un semestre en la Amazonía. Yo, de la misma complexión morena como la mayoría amazónica, vuelvo exótico ¡cuando abro mi boca! 


El municipio está cerca, solo cruzando la calle del muelle, y un funcionario municipal que conocí en el barco me llevó allá directamente. Yo estaba sin afeitar, soñoliento y,... ¡en chanclas! El alcalde estaba sentado detrás de un escritorio grande, rodeado por las banderas local, provincial y estatal.  Levantó su mirada de lo que escribía, y "¿un gitano para ingeniero municipal?" tal vez cruzaba su mente. Sin embargo, esa cara joven y mirada inocente me tranquilizó inmediatamente. Era un saludo informal, cordial y con los pies en la tierra. Me ofreció hospedaje y alimentación por la cuenta municipal, hasta cuando quisiera quedar yo. Era un negocio redondo, porque él estaba frustrado por los fallidos intentos en conseguir un médico para la ciudad, aún ofreciendo hasta cinco veces su propio sueldo. Y aquí está uno para curar todos los males de la infraestructura local ¡gratis!  Después, me presentó a un pelotón de funcionarios municipales, casi todos más joven que yo, y todos con nombres similares, pronunciados en un tirón.  Al fin, me llevaron a un hostal, para que recupere mi sueño.

El departamento de Obras Públicas disponía de un maestro carpintero, un maestro albañil a tiempo parcial, y ¡pare de contar! Un empresario convertido en jefe departamental, por su crédito, había dirigido la construcción de algunos edificios anteriormente. No hubo ni un dibujante para producir o leer un plano. Parecía que aquí por décadas no hubo ningún trabajo planificado. De su infraestructura urbana, ni de hablar.


La ciudad de Oeiras ha nacido en una península ribereña, que alza un poco sobre la marea alta. Algunas pequeñas igarapés que se juntan allá, tal vez facilitaban ingresar a tierra firme a cazar y ubicar las casas del pueblo Araticú, quienes ocuparon esta zona antes de los europeos. Los jesuitas los 'civilizaron' e instalaron una villa oficial allí en 1653. Esa no duró mucho porque los indígenas se escaparon al monte en la primera provocación de los blancos. Sin embargo, en 1758, algunos blancos y caboclos (mestizos) lograron el estatus municipal para su pueblo. Hasta finales de años 1950, su población no superó de 40 casas, tendidas a lo largo de la orilla. La llegada de un sacerdote en 1955 y la instalación del colegio de Hermanas de Caridad en 1961 convirtieron a Oeiras en un polo de atracción, aumentando rápidamente su población urbana. 

Los nativos que repoblaron la ciudad no se integraban a la estructura urbana de tierra firme, sino ubicaron sus casas en las baixadas (los pantanos que se inundan regularmente) al lado de las igarapés. Allí repetían su experiencia en la zona rural: ubicaban el lavabo detrás de la casa, usaban el pantano como una letrina al aire libre y recogían el agua del igarapé para tomar. No les importaba que todas las casas a lo largo del igarapé botaban todo tipo de basura en su drenaje, pero confiaban en ese líquido café obscuro que servía a las generaciones de antes. Enfermedades intestinales eran abundantes, especialmente en la época seca. Pero, nadie lograba dar alternativas a esta amenaza a la salud pública. Ahora hay un sistema de agua potable en la ciudad, pero sus tuberías, llenas de goteras más que el agua, apenas llegaban a la orilla de los pantanos. 

La cercanía a la ciudad cambió drásticamente por lo menos un aspecto de sus vidas. Llegaron a depender de las tiendas del pueblo, cada vez más, especialmente para la comida. La canoa no era conveniente para estas corridas rápidas al centro, varias veces al día. Así evolucionó el 'ponte', un puente peatonal de madera que tiene solo un extremo fijo, el otro sigue extendiéndose conectando cada vez más casas-islas en la baixada. Estos 'pontes' muy precarios, montados sobre pilotes que simplemente se asientan sobre el pantano lodoso gracias a sus zapatas anchas, valen solamente para peatones y solamente por un año. La inundación anual del río los lleva o hace virar sus pilotes.  

Sin embargo, estos puentes peatonales cambiaron radicalmente el padrón de asentamiento de la ciudad. Poco a poco, las casas en las baixadas se ubicaron en líneas, frente a frente a cada lado del puente, ignorando completamente la igarapé. Así, la baixada se transformó en cuadras urbanas. Pronto llegó la siguiente etapa del ´progreso': los puentes están siendo re-emplazadao por 'calles'. Estos terraplenes, formados por tierra botada sobre lodo profundo, bloquearon el drenaje natural en los pantanos, creando canchas ideales para el 'lodo-fútbol' de los muchachos en tiempos de lluvia. Ahora, hay una poza pestilente detrás de cada casa, de donde brotan todo tipo de plagas.

A pesar de estas condiciones sanitarias muy graves, las prioridades de la población urbana son: la pavimentación de las calles (solamente 2 calles de las 30 o más cuadras urbanas están pavimentadas) y el mejoramiento de los 'pontes' inestables. Las calles en la tierra firme y en las baixadas tienen 10 a 15m de ancho, pero los charcos de lodo y el monte no dejan ni un metro de ancho para caminar. Estas calles de 'aterrizaje' reflejan típicos planes regionales de desarrollo: les encantan hacer todo grandioso, pero a la hora de ejecución, los recursos se secan y el avance es minúsculo.


Mi insistencia para proveer un buen drenaje en las calles logró penetrar los oídos de las autoridades. Pero, no así mi propuesta de pavimentar las calles con ladrillos y arena -los únicos materiales de construcción que hay localmente. Es que aquí todo mundo está preparando para ver sus calles congestionadas con el tráfico pesado, atraído por la carretera desde Tucurui (ahora el parque automotor de la ciudad contiene dos camiones destartalados, nada más). ¿Calles pavimentadas de ladrillos? ¡Qué perversidad! Yo estaba siendo pragmático: cuándo terminen de construir los 5 puentes (ni uno tiene planes siquiera) que necesitan para traer ese tráfico, los ladrillos estarán hundidos en el lodo, formando una base ideal para un pavimento de hormigón.

Hacer más duraderos los puentes peatonales, de kilómetros de longitud, colocados sobre el lodo suave, necesita mucho dinero. Además, estaríamos nadando contra corriente, mañana la gente pedirán otra cosa. Porque todos quieren llevar su ciudad por el mismo camino del alcalde Paulo Maluf de Sao Paulo: miseria tapada por el pavimento.

El edificio municipal, construido hace 15 años, en la era de alcaldes 'todo poderosos', necesitaba remodelación para acomodar la actual administración que trabaja en equipo. Un plano, preparado gratis por un arquitecto simpatizante del PT, requería recursos inalcanzables para el municipio. Pero, yo tenía recelo en meterme en este negocio de construcciones de edificios, porque mi último trabajo en estructuras era hace más de una década. Pero era inútil decirles que ingeniería estructural no es mi especialización. Si no eres un ingeniero que trabaja con plantas y animales (un agrónomo, el 'ingeniero' más común en zonas rurales) debes trabajar con edificios, carreteras y todo lo demás.

Parecía que los funcionarios municipales solamente necesitaban alguien que pueda evaluar técnicamente sus propias sugerencias. Ya me embarqué al fondo en el negocio, dibujando los planos para las oficinas, la clínica, el mercado y la cancha de básquet/ fútbol. Mi gabinete de diseño estructural no contaba con más de un lápiz, un borrador, una cinta métrica y una regla. Cuando se desbordó el entusiasmo de los funcionarios y comenzaron a discutir el diseño de la plaza central, no hubo más remedio que desenchufarles.

Ya se acercaba el Festival de Camarao, un evento principal en Oeiras, que necesitaba una tarima para el grupo musical y el gran concurso de Miss Camarao. El sitio escogido, por ser el lugar ideal para bailar (una calle pavimentada), no tenía visibilidad, ni espacio suficiente para la multitud que se esperaba. Unas cuadras más allá, un espacio grande, recuperado del río, estaba botado. El alcalde quería darle vida, pero lamentaba la falta de recursos. "¿Por qué no vamos a montar la tarima allí?" opiné yo, "Echemos arena en el piso, coloquemos unos banquitos alrededor, y ¿veamos qué dice la gente?" Ya tomada la decisión a mudar la tarima, parece que ese espacio abierto inspiraba a todos a contribuir con ideas novedosas. En las tres semanas que faltaban, ese pueblo se convirtió en una colmena. Levantaron una hermosa tarima octagonal en el medio, repararon la barrera de palos que frenaba la marea, rellenaron las depresiones y ubicaron banquitas todo alrededor, trabajando sin parar. Muchos vinieron a admirar el parque rejuvenecido. En la inauguración, el alcalde me alabó por ¡'diseñar el parque'! Entendí que tener un ingeniero importado para dirigir las obras aumenta mucho el prestigio de la administración municipal, y no le presioné para que corrija.



La fiesta inició en la segunda semana de junio, cuando se alejaban las lluvias. Estaba ansioso por conocer la cultura folclórica Amazónica. Nones, no tienen tiempo para esas tonterías, ¡ponga la música pop para la samba! La quadrilha, de un grupo de baile colegial era la más cercana.


Lo más popular de toda la fiesta era..., sí, la cerveza, y cajas y cajas de la misma, vendida exclusivamente por la municipalidad. (Olvide lo que dice el ministerio de salud. Es la única forma de recuperar un poco de los gastos.) Un muchacho joven, adinerado, decidió celebrar aparte y se sentó en el hostal a las 7am para tomar. Doce horas después, cuando partió a la casa, caminando recto, ya había acabado 50 latas solito. Los seguidores del PT y admiradores del parque se quedaron muy decepcionados, por no poder celebrar conmigo, "este no toma".

Llegaron miles a la fiesta, de las comunidades interiores y de las ciudades vecinas. Los jóvenes y los mayores, los pobres y los ricos, los peones y los hacendados, los descalzos y los bien forrados, todos contorsionando y pirueteando al ritmo de la banda, equilibrando la cerveza en la mano. Así siguieron tres días y noches y el cuarto día, un lunes, fue declarado feriado porque la gala de clausura no se terminó hasta la madrugada.


Viendo cómo la gente gastó sus recursos, físicos y monetarios, en este evento, pensaba que el pueblo va a volver a su rutina tranquila por un tiempo largo. ¡Otro error! Un bombazo musical me sacudió de la cama en el fin de semana siguiente. Se trataba de otra fiesta, de una escuela primaria local, para recaudar fondos. Prepárese para por lo menos una fiesta cada semana, me dijeron. Es la misma receta: la misma música, esta vez de disco; un concurso de belleza, ahora con las niñas, pintadas y embanderadas de Miss Caipira (bella rural), Miss Boneca (muñeca) y Miss Mulata; y por cierto, la cerveza. "Para tantas fiestas, ¿de dónde consiguen tanta fuerza y plata?" "Entonces, no has de aguantar la Fiesta del Santo, en agosto, ¡que dura 10 días!"

Es realmente un misterio cómo la gente consigue dinero para tantos galones de cerveza que se agregan al río durante las fiestas. Desde su fundación, Oeiras nunca ha tenido un producto comercial estable. Al inicio, la gente apenas lograba subsistir, con pesca, caza, madera y pequeños cultivos. Después, cuando sus necesidades se incrementaron, vendían camarón o madera, pero a precios muy bajos. La recolección de seringa (caucho) si traía buen dinero, pero era escaso en esta zona. En los años 1970s llegó una fábrica de palmita (enlataba el corazón de açai) atraída por la mano de obra barata. Era el único periodo de auge económico de que se pueda hablar en Oeiras. Sin embargo, como nadie se preocupaba a sembrar la palma, esa burbuja se pinchó, en menos de una década. La gente padecía de hambre, por haber vendido su última palma, cuya fruta provee una bebida muy nutritiva, para complementar la fariña (de yuca) y el camarón. El dinero fácil de palmita les había esclavizado a la comida urbana.

Entonces, hubo un tiempo de venta de madera, del monte que talaban para la carretera desde Tucurui. Pero tampoco duro mucho tiempo, porque no había muchos árboles accesibles desde la vía. En los primeros años de 1980, las aserradoras se fueron río arriba, la fábrica de palmita cerró sus puertas, y la municipalidad se convirtió en el único empleador de la ciudad.

Oeiras ejemplariza el extractivismo que prevalece en las comunidades Amazónicas ribereñas. La agricultura no está en su sangre. Si la comida escasea al lado de la casa, ellos se meten al monte, o al agua. La cantidad de palmeras u otras matas fructíferas comestibles es impresionante. No hay para qué contar el número de platos que les provee el río. No es sorprendente que ellos no cultivan nada, no hace falta. 

Los platos tradicionales de Oeiras tienen un sabor diferente a los de las ciudades, porque usan numerosas hojas como especies. El plato de hojas de yuca, que se come en Sri Lanka en tiempos de escasez, es una delicia aquí. El camarón del río se preparan en miles de formas: salado, cocinado, tostado, frito, horneado..., o quemado, como lo hicieron en la isla de Acará. Tienden los camarones en el piso, sobre una hoja seca de coco, lo cubre con otra hoja y ¡prende el fuego! Peces grandes reciben un tratamiento especial y eso me quitó el prejuicio que tenía contra el pescado del río. Para festejar con una tortuga gigante (45 kilos) se necesitaban a varias cocineras expertas.

Ahora, esta vida de subsistencia del caboclo está en peligro por el extractivismo codicioso, practicado en escala Amazónico. En 1986, un candidato para gobernador en el Estado vecino de Amazonas ofreció una motosierra a cualquier caboclo, y ¡lo ganó! Esa actitud diezmó el bosque impenetrable que no permitió la apertura de la carretera Brasilia-Belem hasta casi finales de años 1970s, y ahora no contiene nada más que uno o dos árboles de castaño, por decenas de kilómetros adentro en cada lado de esa carretera. 

Durante mi navegación de 7 días desde Manaos a Leticia, me sorprendió la presencia casi nula de aserraderos en el trayecto, comparado con los ríos Oeirenses donde ellas superan con creces el número de comunidades, y me dijeron es porque ya no hay nada que vale cortar a lo largo del río grande. 




Por el otro lado, las hidroeléctricas y la minería están estrangulando la rica vida acuática Amazónica. Balbina, la primera hidroeléctrica Amazónica, construida en 1989 cerca de Manaos, causó enormes daños socio-ambientales y demostró los desastrosos que son los embalses tropicales, pero parece que nadie ha aprendido nada.

Los garimpeiros, con enormes bombas montadas en gabarras, extraen pepitas de oro, succionando y cerniendo con mercurio la grava del fondo del río, y así aniquilaron la pesca en el río Madeira, aguas arriba de Oeiras. Mi barco a Leticia nos brindó pollo toda la semana de viaje, porque decía que ¡era más barato que comprar pescado, en el río! El equipo de PT en Oeiras está consciente de esta grave realidad e intenta desviar, aunque sea a unos pocos de su población, del extractivismo a la agricultura. 
Ahora, la mayor parte de la fariña que consume Oeiras viene de Belem. También consumen cantidades de pan y arroz, todo importado. No hay mucha ganadería en la zona. La leche es escasa y carne, muy cara. (Yo les bromeó que la vaca es sagrada también en Oeiras, ¡porque es la comida del dios-Real!) Los peces pequeños y la tortuga son baratos y compensan por la deficiencia de proteína cuando no hay camarón. El pescado grande es igual como carne en su precio, y el pirarucú, el primo de agua dulce de la ballena, es importado salado. La caza todavía se practica en la zona, pero animales grandes son escasos. Viendo un día tres hombres corriendo atrás de un venado herido, me quedé pensando en el beneficio neto de su ejercicio.

Organizar políticamente la gente que depende de extractivismo es muy complicado. En los años 1970s, cuando la fábrica devoró la última palma de açai en el pueblo, los hombres tuvieron que salir por semanas enteras en busca de más palmitas, dejando a la mujer que atienda al hogar. Algunas fueron completamente abandonadas y se convirtieron en prostitutas. El Club de Damas (mujeres casadas) del pueblo decidió incorporar también las abandonadas y divorciadas, a pesar de la protesta de la iglesia, para iniciar un proyecto de huerto comunitario. El ambiente de cooperativismo nunca se materializó, pero la organización se logró madurar y se hizo campañas para replantar açai y en contra de la tala de bosque y la pesca con veneno. 


A finales de los años 1970s, la carretera Tucuruí-Cameta cruzó la mitad sur de la municipalidad. Los caboclos con pedacitos de tierra en esa zona, quienes sobrevivían con agricultura, se organizaron para defenderse de los fazendeiros (terratenientes poderosos) paracaidistas. Necesitaban una voz en la capital municipal para que apoye su lucha para la titularización de sus tierras. El Sindicato de Trabajadores Rurales, que existía en el pueblo, apenas sirvió para armar fiestas de su población extractivista, pero en 1978, los agricultores del sur (extremistas, según el párroco quien fundó el sindicato) lograron controlarlo.



Allí arrancaron las luchas políticas en el pueblo. Con el nacimiento del PT en 1982, el sindicado y el club de damas le unieron y han enfrentado juntos a las familias poderosas del pueblo en todas las elecciones locales. Aunque son luchadores experimentados, por su falta de educación y dinero, no podían competir de iguales contra quienes compraban los votos. Sin embargo, en 1992, los ricos estaban divididos y el PT tenía una cara nueva: un agrónomo, hijo nativo, para la alcaldía. Con una margen finísima ¡ganó la PT!

El vice alcalde, ex-presidente del sindicato, me confesó de su primer día de trabajo. El alcalde nuevo todavía estaba en Belem, con tres semanas de clases a terminar su carrera universitaria. El vice alcalde anterior había huido con dos meses de sueldos impagos. Un montón de gente, en la puerta del municipio, clamaba ser trabajadores, pero no estaban seguros de ¡qué trabajo hacían! "Yo sé a cultivar y a manifestar en la calle", decía el vice, "pero, ¿administrar esa locura?"

Están aprendiendo poco a poco. En los primeros dos años limpiaron la casa: renegociaron las deudas, llevaron los fraudulentos a las cortes y reestructuraron los puestos y los sueldos. Transferencias federales son los únicos ingresos. El comercio local no aporta nada, porque cuesta más la recolección del impuesto. Cualquier aumento del impuesto se atasca en el Consejo Municipal donde el PT no tiene la mayoría. Por no poder conseguir un médico para el pueblo, el municipio está obligado a pagar hasta el costo de transferir los pacientes a Belem. 

A pesar de la crisis financiera, esta administración ha logrado triplicar la población estudiantil, especialmente en la zona rural. Los pobladores de la isla Acará, durante nuestra visita, acordaron a apoyar una escuela allí, pero ningún profesor de la ciudad aguantará el viaje allá, ¡de un día entero! El muchacho mejor educado de la isla apenas ha pasado 7mo grado. Esta realidad prevalece en muchas escuelas rurales en los 3000+ km2 del territorio municipal con poca accesibilidad. Entonces, no les toca más remedio que educar a los mismos educadores durante fines de semana o en vacaciones.



Convencidos finalmente del enorme gasto que se necesita para mejorar la infraestructura en las baixadas, el municipio ofreció tierras firmes para reubicar su población, pero son pocos los que desean mudarse. La población urbana, acostumbrada a las viejas prácticas paternalistas, no mueve un dedo por su propia iniciativa. Los pequeños arreglos que hicimos al parque para el Festival de Camarón secó el presupuesto municipal a tal punto que rasparon el fondo para pagar los sueldos del mes siguiente. 

El joven equipo municipal está aprendiendo de que, en este enorme paisaje amazónico, los obstáculos que aparecen en el camino al progreso ¡también son del mismo tamaño!

Kashyapa A.S. Yapa
16 de Agosto 1995, Colombia.
kyapa@yahoo.com
http://ky59.blogspot.com



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