CAMINO A AFRICA

CAMINO A AFRICA

Por 
Kashyapa A. S. Yapa

La guerra comenzó cerca de las 9pm. Al inicio, era como una molestia, una picadura por aquí, otro pinchazo por allá. Mis aletazos soñolientos les alejaban por un rato. Cuando los disparos incrementaron su frecuencia, en una forma rítmica, ya era difícil dormir. Mi mente, en vez de descansar, anticipaba el siguiente ataque. Al avanzar la noche, llegaban más fuerzas opositoras. Yo estaba logrando cacharles justo cuando su bayoneta penetra el objetivo, y eliminaba dos o tres en un solo golpe. Cuando llegaban las olas de ataque cada cinco minutos, no había otra opción que sentarme en la cama.

Temprano esa mañana, después de tres noches seguidas durmiendo en los buses, necesitaba estirar mi cuerpo sobre algo plano y caminé del terminal de Rio de Janeiro hacía el Centro. La Guía de Lonely Planet ha alertado a sus clientes, mayoría gringos, contra los hospedajes baratos allí. La calle que yo seguía, paralelo al Puerto, pasaba por medio de los depósitos destartalados, convertidos en tiendas, y cementerios de monigotes monstruosos de las Escuelas de Samba.

Puerto - R de J
Depósitos - R de J
Champiñones gigantescos, de rocas graníticas, nacen en medio de la lengua que el continente saca al mar. Los callejones que se dirigen a esas lomas parecen estar decorados de arcos: los cuartitos, colocados uno encima del otro cómo y cuándo la economía local empobrecida se les permite, ya se inclinan sobre el callejón para besar a los vecinos. Es el inicio de las favelas, de la fama Olímpica.

Allí es cuando lo vi. Un hospedaje viejísimo, de algunos pisos, con un hombre de torso desnudo saludándole al sol en su entrada de segundo piso. Una señal alentadora de un hostal real. Era demasiado temprano para que un hotel me acoja, pero decidí probar suerte. El viejo administrador escuchó atentamente a mi portuñol sin perder la vista de mis ojos soñolientos. "Se você pode ter um quarto agora", por una pequeña fortuna de 15 reales. Siempre me ha gustado este tipo de huecos de solteros, desde mis épocas de pasantías universitarias en Sri Lanka. El hostal de YMCA de Berkeley me entrenó más todavía, por 4 años. Estos, en realidad, son pequeños jardines zoológicos. Aparte de la entrada, pagarás en especie a los restos de seres vivos con quienes compartes el espacio. Una vez en Pucallpa, Perú, me había olvidado dejar el pan afuera, y los ratones tenían que perforar mis maletas para cobrar. Aquí, en Rio, eran los chinches, reclamando por sangre.

No es que esperaban el pago de buena fe. Los chinches no estaban satisfechos con mi donación involuntaria durante las tres horas que me quedé aterrizado en la cama en la mañana. Ya en la noche, todo un batallón estaba atacándome, cada uno con su AK-47. No había cómo dormir. Pensaba yo que en el día siguiente podría dormir suficiente en mi cruce del océano Atlántico. Además, tenía 15 horas de espera en Casablanca, Marruecos, y los asientos aeroportuarios también demandan una fuerte somnolencia. Así, se arrancó una noche del juego al escondite. Tal vez maté unos 50 soldados esa noche. Ya a las tres de la madrugada, el cansancio me venció.

Me levanté con los gallos y caminé a la estación del tren Central do Brasil a casi oscuras. Lonely Planet recomienda tomar el bus de Aire, directo al aeropuerto, pero quería conocer otros sistemas de tránsito y ahorrar un poco al mismo tiempo. No había mucha gente en las calles todavía, pero no sentí miedo en la caminata larga. De todos modos, no seguí el atajo por la favela, donde sus casitas rústicas escalan las paredes rocosas, colgándose sobre las calles angostas. Estaba siguiendo la autopista porque, si llegará alguien, podía pasarme al otro lado, aunque los carros y mulas monstruosas volaban por la pista. Prefería quedar aplastado bajo una llanta que morir acuchillado (y dañar el buen nombre de la favela.) 

Atascos en el Centro de R de J


Pero en el día no tengo esa opción: en una hora más, esta pista voladora se convierte en una de tortugas. Los atascos viales son tan pesados que Rio ha tenido que correr su suntuoso tramcar eléctrico, que mueve los turistas arriba abajo del malecón, ¡detrás de una moto de un policía de tráfico!




El primer tramo a la estación Penha no estaba mal. El tren suburbano era limpio y moderno, con Aire e instrucciones sobre las paradas en LED, hasta en inglés. En Penha, por suerte, mi vecino se bajó y me ayudó con el tramo siguiente -paradero de un bus articulado rápido, que estaba unos 300m lejos. La transferencia no era gratis y tocaba pagar unos tres reales además para la tarjeta. El bus sí era rápido, pero avanzaba solamente hasta la mitad del camino al aeropuerto. ¡Otra media hora más para que venga un bus lento y que nos lleve al destino! Encima, me equivoqué en el número del terminal aéreo y jalaba sudando las maletas un kilómetro y medio en busca de la línea aérea correcta. Fallé miserablemente en mi intentó de ganarle a Lonely Planet.

Morrocan Air era Royal, solamente en su nombre. Como volaba pocas veces a la semana, está botado en el último rincón del terminal de Rio. Su servicio en el vuelo es lo que uno espera en un club de hombres: cortés, pero casi rudo. La cuota de género, lograron cubrir con una grabación femenina que daba consejos de seguridad. Las pocas muchachas que atendían en el aeropuerto de Casablanca eran demasiadamente amables, rayando en infantilismo. Una nos mandó todos en tránsito a la inmigración, "vayan a estampar su pasaporte y pidan a la que está en el mostrador que les lleve a un hotel". Entre tantos europeos en la cola, era seguro que mi pasaporte ecuatoriano fuera tirado a los perros. Volví, i otra chica simpática me dio papeles para una cama y una comida en su hotel de tránsito dentro del aeropuerto, aunque me costó responder a un nombre raro que escribió en los papeles. Estaba muy agradecido, de todos modos, por un buen descanso esa noche, la segunda vez que he recibido tal trato en mis 30 años de volar.

Al inicio, me costaba entender esta cultura de todo-gratis en los terminales rodoviarias de Brasil (baños con papeles al gusto y también el WiFi) porque su costo de vida ya está cerca del cielo. Y en Rio, encuentras cientos de figuras encorvadas pegadas a los muros alrededor del terminal. Su malecón, recientemente renovado, queda apenas a 500m de la favela más cercana y tampoco tiene cercos de hierros afilados fuertemente custodiados, como en Guayaquil. 
Una cara de R de J malecón
La otra cara de R de J malecón



Entonces, ¿cómo haces que estos espacios públicos no estén llenos de los pobres (cobrando la devolución de impuestos, a su manera), perjudicando a los turistas que pagan para el servicio?


Era las 10 de la noche, cuando bajé del bus de aeropuerto en la estación Tatuapé del metro de Sao Paulo. Había harto tiempo para coger el bus a Rio y me iba caminando al terminal rodoviaria, apenas 3km de distancia. La calle parecía un pasaje de un cementerio de condominios, no aparecía ni un alma, siendo tan temprano. Regresé y agarré el metro. Y ¿dónde están los 20 y más millones de Pauleños? Bueno, una gran parte estaba atascando el metro. Era como un documental de dibujos animados: gente bajaba de un bus y corría al metro, o salía corriendo del metro para coger un bus local, pero nadie pisaba fuera del perímetro de la estación. No comprendía qué está pasando con estas ciudades, porque estuve apenas 4 horas en Sao Paulo y las 24 horas en Rio más bien estaba sonámbulando.

Con una semana entre unos cuántos millones más en Abiyán, creo que llegué a entender cómo funcionan estos sub-urbios. Durante la conferencia estaba en el IBIS Marcory hotel. Usaban el barrio rico Marcory en su nombre para poder cobrar unos $150 la noche, pero el hotel se ubica realmente en el vecino barrio Koumassi que está reventándose con cerca de medio millón de pobres.

A Lilian le parecía las veredas de Sri Lanka muy congestionadas para caminar los dos juntos. Entonces, le será una pesadilla compartir estas calles sin veredas de Koumassi, con taxis pitones, motos, carretas, carretillas y mujeres, las últimas con un par de piecitos (de su hijo, colgado detrás) que te empujan todavía más lejos de sus caderas. Cada uno, por supuesto, está balanceando precariamente una carga pesada, de cualquier cosa. 
Cargando su hija en Abiyán

Cuidado la carga















En los semáforos, un par de segundos antes de que las luces, eternamente rojas, se cambiará a verde por unos 20 segundos para dejar que la muchedumbre cruce la autopista de 8 carriles, los jóvenes que la encabezan se lanzan al asfalto forzando a los carros a parar con una centella triunfante en sus ojos. 

A pesar de que el Hotel IBIS y otros pocos se han saltado los límites, la gente, no lo hace. Los ricos y pobres, en estas ciudades, respetan el territorio de cada uno, sin la necesidad de cercos ni guardias. Los pobres no tienen nada que hacer en estos lujosos hoteles ni supermercados, salvo los que fueron cuidadosamente escogidos para ser huasicamas (niñeras, ayudantes y guardias). El otro Sri Lanques que participó en la conferencia de Abiyán lo entendió, con una lección amarga: la cartera que él quería llevar de regalo a su mujer ¡le hubiera costado doble de su sueldo anual!

Saltamos la ceremonia final aburridora (donde los escogidos cantaban los 'himnos' preparados por los organizadores) de la conferencia y nos dimos unos gustazos. Mi amigo seguramente tuvo el suyo: una carga del pecho de regalos, desde sandalias coloridas, carteras brillosas..., hasta pelucas Raquel Welch, todo al precio de Sri Lanka (siendo la economía de Costa de Marfil, en una época, la más rica del Africa del Oeste, esto requería tremendos regateos). Él perdió el premio Nobel de economía por poco, al fallar la compra en Abiyán, al precio de Colombo, de una tela arcoíris impreso en la India. Ir de compras no es mi juego favorito, pero jamás lo he disfrutado tanto, como en este mercado de Adjame.

Vamos a aclarar el escenario: yo era el guía, en orientación y en comunicación. Nuestra experiencia en África era de nueve días en total, yo llegué acá un día antes que él. Podía contar yo apenas a diez en francés, pero eso no valía para entender lo que dicen de un solo tiro estos vendedores, nativos Baoli o Senoufo. Los primeros minutos era una locura, pero como los ojos de mi amigo seguían brillando al ver el regalo perfecto, los vendedores sacaron sus propios billetes para indicarnos lo que debemos pagar. Es que con sólo los dedos no avanzaban porque el cambio estaba a más de 600 francs (F) por el dólar. Éste audaz todavía demandaba la mitad del precio, y me daba miedo de que alguien sacara el cuchillo para partirlo en dos.

Un mercado más sano que Adjame
Dije que disfrutaba ir de compras. Debo precisarlo: yo valoraba la lucha de esta gente a seguir viviendo dadas las condiciones. El mercado parecía una hormiguera: miles y miles, caminando, corriendo y chocándose, entre todos y también contra carros y camiones, empacados en una calle de dos carriles. Hasta su último milímetro está ocupado, por pies, llantas, traseros y plásticos, que demarcan el espacio de cada vendedor. Estamos nadando toditos en un mar de basura. En este ambiente caluroso, polvoso, lodoso, ruidoso, oloroso y sudoroso, pelear día tras día para ganar unos pocos francs necesitas intestinos realmente duros.

Cachando clientes
Esto no es una sola calle, sino cientos de manzanas de la ciudad (si es que puedes llamarlas así). Aguantas toda la porquería que se hunde debajo de tus pies porque las telas coloridas como banderas encandilan tus ojos; olorosas comidas fritas o azucaradas hacen agua en tu boca; o los juguetes electrónicos embriagan tu mente. Mientras tanto, poco a poco, las billeteras de las víctimas atrapadas se adelgazan. En el intento de reemplazar mi grabadora recién perdida, casi caigo por el modelo más vendido en Amazon, pero al doble de su precio. Al final, me quedé atrapado por un teléfono inteligentísimo de 30 dólares, con selfíe y grabadora de voz. Comparado con el mercado de Adjame, Pettah de Colombo de años 70s y Pedro Pablo Gómez de Guayaquil de 90s eran paraísos.  Los Yerberos de Lima de hoy llegaría a ser el segundo, pero de lejos.

Buses luchando a sobrevivir en Abiyán terminal
Parece que el mercado nació alrededor de terminales de buses, pero el parásito después ha devorado a la madre. Ahora, coger un bus de larga distancia en Abiyán es una pesadilla. Los vendedores estrangularon las terminales de las compañías. Los buses urbanos paran por lo menos 1000m lejos de estos terminales, porque no hay cómo avanzar en las calles cercanas. Cientos de 'buitres' descienden sobre los pasajeros que vienen jalando sus maletas y cobran 200F de lado a lado, por acompañar la maleta al terminal del bus. Agentes de compañías son peores: mediante sus compinches, revenden los asientos delanteros que te hacen saltar menos.

Hay que meterse al agua si quieres aprender a nadar, ¿no? Así, decidí nadar, en francés, sin acompañamiento. Me tocaba coger un bus en una parte desolada de la autopista y apareció allí un 'voluntario' que hacía parar los buses que volaban. Él manejaba un monopolio y se daba gusto cobrando una comisión grande a los pocos que cogían buses allá. Me tocaba pagar otra 'comisión', para ir a Soubre, porque no sabía dónde comprar el boleto. Esperé 6 horas el bus e imagínate, pasajeros de otro bus que fue dañado ¡me querían quitar mi puesto! Mi melange de spa-ngl-ench, expresado en voz alta y firme, tuvo su efecto. Pero, pronto firmamos la paz y ofrecí compartir el asiento con un pasajero mayor. En su primer intento de tener una conversación conmigo, él se convenció de que yo era una 'mula'. (La misma reacción tuve yo, cuando encontré en el avión con un nigeriano que hablaba bien el castellano-ha vivido en Riobamba, Ecuador y el portugués-ahora vive en Sao Paulo, decía.) Pero, de modo humoroso, me cantaba "Indien, bandien" (El hindú, el bandido). A poco, observé que él estaba haciendo trampa a un vendedor. Agarré el ritmo con "Ivorian también" (Ivoriano, lo mismo), y se estalló en carcajadas. 

El transporte urbano en Abiyán está muerto, casi. Dada las horas y horas que uno se queda atrapado en el tráfico, no hay buses que avanza para dar el servicio. Puede ser que los funcionarios municipales están pensando en llamar a Uber, como las pequeñas ciudades gringas (http://www.bbc.com/news/technology-38252405). Las combis destartaladas y los taxis colectivos que cubren el vacío mientras tanto, se matan por los pasajeros. El oficial ahumado de la combi te querrá llevar en su hombro al carro, pero cuando te deja bien empacado adentro, ese amor ya se muere. No te dará ni un peso de vuelta. El puente de 4 carriles, recién construído, evita los terribles cuellos de botella en L'Plateau y Trechville, pero su peaje, de 500F, mantiene esos carriles despejados para el tránsito de los carros lujosos. Es increíble el tiempo y el dinero que gasta la gente simplemente para cruzar la ciudad. Korhogo, la tercera ciudad del país, no tiene ni un bus urbano. Como en Pucallpa, Perú, la ciudad está adueñada por las motos. Antes de cualquier viaje, gastas 10 minutos peleando por la tarifa, que nunca es menor a 300F por un kilómetro de recorrido. Como mi amigo y yo siempre nos empacamos en la misma moto, el costo no era tan alto. 


Elefántes blancos - Yakro
Yamoussoukro, la Capital oficial, construido imitando a Brasilia que nunca disfrutó de esa estatus, parece ser la excepción a esta regla de tránsito urbano. Allí, sus taxis colectivos te llevan hasta 4 km por unos 200F.




Las ciudades de Costa de Marfil también se han olvidado de identificar las calles. En el mapa de Abiyán que me entregó el hotel de lujo él mismo estaba afuera. Google hace un mejor trabajo, pero los números que indican las calles en su mapa ¡no existen en la práctica y nadie los conoce! Cada esquina, aún en barrios ricos, está llena de flechas de madera que indican a dónde dirigirse a encontrar una u otra empresa/ institución importante en el barrio, nada más. Allí llegué a valorar Managua, de los 90s, donde la dirección de una casa diría "de donde estaba la Coca Cola, dos cuadras hacia el lago y una para arriba".

Haciendo bolas en Google por una hora con las indicaciones que recibí de mi cuarto de AirBnB, decidí coger un taxi, pero el pobre chofer gastaba más tiempo preguntando en cada esquina. El día siguiente, me fuí a la embajada de Guinea a mi manera: caminando más de una hora, verificando los números Google de las calles cuando existían. Un día después, cogí taxi otra vez porque tenía que llegar de apuro, e iba a guiar al taxista pero se quedó corto mi vocabulario de francés. El correo de Abiyán está a punto de implementar un código postal que contenga tres palabras al azar, generadas por una computadora. Pero no leyeron que ¡el único lugar donde se implementó este sistema fue en Mongolia!

Si estas harto de montañas de basura en tus calles, mandarás a tu alcalde a Costa de Marfil en un tur educativo. Aquí, ellos aprovechan las fuerzas del viento para tender la basura en la calle y llenar los drenajes. En zonas de los ricos, la belleza de los canales no está a la vista porque las tapas están intactas y su olor no penetra los carros con A/C. En las favelas, el polvo, calor y sudor diluyen el aroma repugnante de aguas negras tratadas aeróbicamente. Cuando llueve, todo se va al mar. Si no, el Cambio Climático cargará la culpa por la inundación. Costa de Marfil no registró ningún caso de Ébola durante la pandemia reciente. Tal vez, Tuberculosis, Colera, Fiebre amarilla y Malaria ayudaron a enmascarar los números.

¿Crees que golpeo duro a la pobre Costa de Marfil? Hablemos de sus bondades, comparadas especialmente con América Latina. Las montañas de basura no son tan altas aquí, porque están ausentes bolsas llenas de papel amarillado. Teteras coloridas, rayadas como cebras, que adornan los baños públicos (los asiáticos pueden aprender algo de arte aquí), se encargan de mantenerles limpio los traseros. Si logremos enseñarles usar pañuelos, salvaremos de convertirse en 'Kleanex' el uno por ciento que se ha quedado del Bosque de la Cordillera del Guinea, lo más biodiverso del mundo.

Un pueblo rural en Korhogo
Ya una semana en África, y no logré precisar qué mismo estoy extrañando aquí. Cruzando los pueblos rurales de Korhogo en una moto, me cruzó la respuesta: ¿dónde están los perros? Ni uno nos persiguió. Yo debería haberme dado cuenta antes, porque los perros Andinos odian a los hombres en sandalias. No los hay aquí, ni los gatos. En Abiyán tampoco, por lo menos, en las casas de clase media para abajo. No, mi francés no está suficientemente maduro para postular las preguntas que dan vueltas en sus cabezas ahora. La respuesta más diplomática que he recibido es que, ¿quién puede alimentarlos en las sequías cuando escasea la comida hasta para los humanos?

Tampoco podía creer qué fácil y barato era hacer llamadas internacionales desde Costa de Marfil con mi celular de la edad de piedra. Una vez tenía que salvar de bloqueo mi tarjeta de débito de Arizona. (Ya saben cómo temblarán de miedo ellos viendo retiros de dinero desde lugares con nombres raros.) Después hay este negocio penoso de conseguir cartas de invitación para las visas.

Mi amigo de Sri Lanka-ese comprador audaz en Adjame, se quejaba de la falta de 'sistemas' en Costa de Marfil. Él no se daba cuenta de que los sistemas aquí (y en todos lados) hacen lo que exactamente se les espera: aseguran la vida de los ricos y políticos asquerosos; y mantienen a los pobres sudados y cansados en sus intentos de llegar apenas hasta la puerta trasera. La única diferencia que se separan los regímenes es que ¿qué tan asquerosos y avaros son los primeros?
El cuarto de AirBnB estaba en un barrio de clase media. El cañón ancho y profundo que está detrás fue cruzado recién con un puente de cuatro carriles y me sorprendió su agua limpia, comparada con las hondonadas vecinas mal olientes. No había ni una casucha en el cañón. No sé hasta cuándo durará así. Cuando los pudientes consideran que una 'comisión' es un derecho, el público también busca 'acortar' el camino a la 'izquierda'. Se legaliza la corrupción y aparecen favelas cerca de donde hay trabajo.
En Port Bouet -la favela que rodea el aeropuerto de Abiyán, unos mil vivirán en el área que cubre las alas de un Boeing 777. La gente local poderosa, entre sus sorbos de $20-café en Raddison Blu Hotel, estará soñando de convertir a la favela, ubicada justo a su frente, en cabañas playeras. Solo los números de habitantes, suficientes para tumbar hasta el gobierno nacional, frenan esos sueños dorados. En mi segundo día logré cruzarla a pie, y pronto dormí adentro, en una celda disfrazada de hotel. Mi amigo marfileño está soñando que el trabajo que recién logró en el Servicio Administrativo gubernamental le permitirá salir de la favela con su familia, después de ocho largos años. La pobreza aquí se ve más grave que la favela que vi en Rio, pero en Port Bouet no sentí una amenaza en ningún momento. Tal vez..., es el contraste que la sociedad nos clava en la mente que crea esa percepción de que uno es seguro y el otro es peligroso. Aquí, el 'blanco' ¡solo aparece cuando abren sus bocas!
En Rio no logré probar comida de las favelas, pero en la zona de transición donde dormí, los trabajadores en construcción y los mayores se congregaban en un restaurante que servía almuerzo ¡en forma de buffet! Rodoviaria vendía principalmente fast food y algunos platos de 30+ reales. Y éste tenía todos los platos marcados (uno decía doradinho) a 12 reales. El dueño me mostró su calentador con 8 platos calientes y unos 4 de ensaladas en el piso encima y se marchó. El precio era para todo lo que puedas servirse en un plato. El plato era grande y además había casava (harina de yuca) para llenar lo que te faltaba. Como el doradinho no era pescado sino pollo, me contenté con las ensaladas.

Desayuno móvil
Justo cuando terminamos con los exóticos bufets de la conferencia, mi amigo me llevó a los maqui, los agachaditos callejeros, donde los bares y comedores se unen para sobrevivir. El bar queda detrás con las mesas bajo una sombra. La comida se prepara en una parrilla o en hornillas de carbón, condimentada con el polvo y humo de la calle. Ambos dueños sirven al mismo cliente, dependiendo de su gusto. La sopa del primer maquí en Abiyán era aguada y el pescado era horroroso. El precio era el único sabroso, una quinta parte de un restaurante normal. Al día siguiente, en Korhogo, la comida era diferente. La sopa era una mezcla de hierbas medicinales y picantes. El plato base era 'pacalí', una masa pegajosa de yuca cocinada. Llegó una vasija de lavamanos y me comí a gusto con los dedos. Mi madre hubiera dado vueltas en su tumba viendo cómo ellos comen, haciendo una bola con su mano. (En Sri Lanka, les castigan a los niños si la comida sube sobre el segundo nudo del dedo.) 


Maqui - sentados en la sombra
Más tarde, encontramos otro maquí en un barrio, que sirvió un delicioso pescado de agua dulce con 'Attiki' (casava), a mitad de precio de la ciudad. En Abiyán, esta comida puede haber sido de las favelas, pero puedo encontrarlas ahora hasta en los barrios de clase media.

En Soubre, una pequeña ciudad en la frontera oeste, no podía creer que me pedía solo 200F por una papaya de un kilo. Fingía negociar para asegurar el precio, y la vendedora, enojada, sacó dos monedas de 100F: el precio no permite gastar más en palabras. Un coco costaba solo 100F. En Port Bouet, una casita de 20m2 se arrienda por 15,000F mensual y encuentro comida razonable por 500F. Ahora entiendo por qué la gente no quiere pagar 500F para cruzar el puente de Abiyán, y por qué la conferencia de tres días cobró 500,000F. Son dos mundos; como las dos caras de la misma moneda, no se encuentran. El problema es que, estuvimos discutiendo sobre ¡aguas rurales!

Creo que ya es hora de terminar esta conversación. Yo saldría a Sierra Leona el 26 de diciembre y volvería a Costa de Marfil (tengo entrada múltiple para 90 días) por Guinea, caminando. Su cónsul no hablaba una palabra en inglés, y no sé cómo mi amigo le convenció porque yo no tenía ninguna carta de invitación, peor un boleto de avión. Pero no logré convencer a la señora en la embajada de Ghana, en inglés, que me permita cruzar a Togo, por dónde iba a volar a Nigeria. Ella me insistía en tener una carta de invitación. Nigeria también pide una invitación para que alguien se haga responsable de asuntos migratorios (¿qué diablo será eso?) pero solo cobra $3 para los ecuatorianos. El pequeño detalle es que el poderoso que agarró el contrato para modernizar su Inmigración, nos hace llenar 10 páginas de basura electrónica, obliga pagar a través de una tarjeta y ¡cobra $20 extra por la gran comodidad que facilitaba!

Después de todo ese lio para lograr una entrevista en la embajada de Nigeria en Abidjan, ahora me dicen que ellos pueden emitir visa solamente para residentes Marfileños. No importa que su detallada página web no mencionó ese detalle. Y mi donación de $23 es ¡gustosamente aceptada por la burocracia corrupta! Son igualitos a los peruanos. Cuando andaba con pasaporte de Sri Lanka, el cónsul Peruano en la frontera con Ecuador me dijo que tenía que ir a Sri Lanka para tener la visa peruana. Pero la campeona, para mí, es la embajada de El Salvador en Managua en los 90s. La señora allí nunca había escuchado de Sri Lanka antes, y ¡tampoco lo quería conocer a través de mí!

Ahora sí saben, si pueden desempolvar ese contacto perdido y me puede hacer llegar una invitación para Mali, Burkina Faso, Ghana o Níger, bienvenido sea. 

Kashyapa A.S. Yapa
18 de Diciembre 2016, Costa de Marfil.
kyapa@yahoo.com
http://ky59.blogspot.com


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